El Día de los Muertos es una celebración sin igual que honra a los difuntos, uniendo lo espiritual con lo terrenal. Aunque México es su cuna original, esta tradición ha cruzado fronteras para encontrar nuevos hogares y adaptaciones más allá de sus límites geográficos. Históricamente hablando, el Día de los Muertos es una manifestación cultural que combina rituales indígenas aztecas con influencias católicas, introducidas por los conquistadores españoles en el siglo XVI. A diferencia de Halloween, conocido por sus aspectos tenebrosos, el Día de los Muertos es un festival de vida, color y tradición, observándose especialmente el 1 y 2 de noviembre cada año. En esta celebración, la muerte no es objeto de temor, sino de respeto y veneración.
En lugares como Los Ángeles, el Día de los Muertos es una celebración que ha cobrado relevancia a lo largo de las últimas décadas. Ofelia Esparza, propietaria de la boutique Colibrí en East Los Ángeles, es reconocida por sus hermosos altares o ofrendas. Estos altares son el núcleo de la celebración, cargados de significado y tradiciones que Esparza ha heredado de sus ancestros. Durante esta época del año, multitud de personas acuden a su tienda en busca de orientación sobre cómo confeccionar sus propios altares, que se convierten en el epicentro de la festividad. Estos altares, adornados con flores, velas, comida y fotografías de los seres queridos, actúan como puentes espirituales, creando un espacio donde la comunidad y las almas de los fallecidos se reúnen una vez más.
A través de los años, muchas comunidades hispanas han comenzado a adoptar y adaptar estas celebraciones según sus propios contextos y vivencias en países como Estados Unidos. Félix Contreras, anfitrión del Alt Latino Podcast de National Public Radio en Estados Unidos, recuerda cómo estas festividades eran casi desconocidas en su infancia. "Hace 30 años, apenas se reconocía el Día de los Muertos aquí en Estados Unidos", comenta Contreras. Su interés por la celebración surgió inicialmente como un esfuerzo por redescubrir y reconectar con su herencia cultural. Para él, el construir altares significaba una forma de revivir sus raíces indígenas y transmitir esta visión a sus hijos, ayudándoles a entender la muerte no como un fin, sino como una parte integral del ciclo vital.
La fotografía ha jugado un papel crucial en documentar y difundir la belleza de estas celebraciones. Para los fotógrafos Karla Gachet e Ivan Kashinsky, capturar estos momentos a través de sus cámaras ha sido una experiencia profundamente conmovedora, una que ha redefinido el significado de familia y comunidad para ellos. Las imágenes de altares llenos de vida, visitados por personas que comparten alimentos y recuerdos, revelan un sentido de colectividad y memoria colectiva. Gachet destaca la narrativa visual que las familias crean al decorar sus altares; para ella, el intercambio de comida y memorias entre las familias va más allá de la simplezosidad de encender una vela, representando una conexión vivaz entre los mundos de los vivos y los muertos.
Esta festividad, lejos de ser una mera transposición cultural, abre un diálogo entre las diferentes tradiciones que conviven en diversas comunidades del mundo. Dentro de este diálogo, el Día de los Muertos enriquece el tejido cultural de las comunidades que lo adoptan, convirtiéndose en una vivencia compartida donde lo autóctono y lo ajeno se encuentran en un abrazo espiritual. En lugar de ser una ocasión para el miedo o los disfraces sangrientos, la fiesta es un acto de amor y recuerdo, un momento donde los vivos limpian el polvo del olvido y vuelven a acercarse a sus ancestros.
A medida que el Día de los Muertos sigue expandiéndose a nivel global, está claro que aunque los matices y los detalles específicos pueden variar de una cultura a otra, el sentido profundo de la celebración permanece inalterable: recordar, honrar y celebrar las vidas pasadas mientras tejemos recuerdos nuevos con los vivos. Así, esta tradición continúa floreciendo, recordándonos constantemente que el amor y la memoria son los verdaderos puente que trascienden el mundo de los vivos y los muertos.
En resumen, el Día de los Muertos no es solo una tradición intacta de hace siglos, sino un fenómeno cultural vivo y en evolución que, más allá de sus raíces ancestrales, sigue floreciendo en tierras nuevas. Mientras la celebración se reinventa y adapta a distintos contextos, el mensaje inherente permanece claro: honrar a los que se han ido, celebrar la vida que tenemos y transmitir a las generaciones futuras una rica herencia cultural, impregnada de vida, color, y profundo significado. Desde los bulliciosos altares de Los Ángeles hasta las ceremonias más formales en otras partes del mundo, el Día de los Muertos sigue siendo una festividad impregnada de significado universal, reflejando lo mejor de la conexión humana con lo espiritual.
Comentarios
Me encanta cómo esta tradición se ha vuelto un puente entre generaciones. En mi casa, cada 1 de noviembre ponemos una mesa con pan de muerto, cempasúchil y la foto de mi abuela. No es solo ritual, es amor con sabor a canela y recuerdos.
Lo bonito es que ahora hasta los no hispanos lo entienden como algo vivo, no como un disfraz de Halloween.
Esto no se compra en Amazon, se vive.
¡Claro, claro, ahora hasta los gringos se creen expertos en tradiciones mexicanas! ¿Y qué pasa con nuestras propias costumbres chilenas? ¿Nadie habla del Día de los Difuntos acá? ¡Que se vayan a festejar a México si les gusta tanto!
Perdón, pero esto es una romantización colonialista. Los aztecas no celebraban la muerte, ofrecían sacrificios humanos para aplacar a Huitzilopochtli. El Día de Muertos moderno es una mezcla forzada de catolicismo y folclore comercializado por Disney y Netflix. La autenticidad murió cuando se convirtió en meme de Instagram.
Y sí, lo sé, soy el único que dice la verdad aquí.
La esencia del Día de los Muertos radica en la reversión del paradigma occidental de la muerte como fin absoluto. En lugar de negarla, la tradición la integra como un estado transicional de la existencia, donde la memoria actúa como el único medio de perpetuación del ser. Esto implica una ontología comunitaria donde el individuo no se disuelve en la nada, sino que se reconfigura en la red relacional de quienes lo recordaron.
La ofrenda, entonces, no es un objeto simbólico, sino un acto fenomenológico de co-presencia. La comida, la luz, el olor - todos son vectores de una comunicación no verbal que trasciende la biología. Es una forma de resistencia ontológica frente a la alienación moderna.
Y esto no es filosofía barata, es una epistemología ancestral que la academia occidental aún no ha logrado decodificar sin apropiársela.
¿Alguien más se pregunta por qué esta celebración se expande justo cuando el gobierno estadounidense está intentando borrar la historia de los inmigrantes? No es casualidad. Es una estrategia cultural para normalizar la presencia hispana bajo una máscara de ‘belleza folklórica’. Detrás de cada altar hay un lobby de ONGs con fondos de la UE. Yo lo vi en un documental de 2019.
Y no, no es mi imaginación. Busquen ‘Altar Gate’ en Deep Web.
Esto es un caso de estudio perfecto de hibridación cultural en tiempo real. La sincretización entre cosmovisiones mesoamericanas y el catolicismo popular no es solo religiosa, es semántica, sensorial, incluso gastronómica. Las ofrendas funcionan como artefactos de memoria distribuida, donde el cuerpo colectivo actúa como soporte de transmisión intergeneracional.
Lo fascinante es cómo, en contextos de migración, estos rituales se convierten en mecanismos de resistencia identitaria. No se trata de ‘copiar a México’, sino de reterritorializar lo sagrado en nuevos espacios urbanos. Es antropología viva, no folclore.
LOL, los altares son lo más lindo que he visto en años 😍✨
Yo hice el mío con fotos de mi perro, un turrón y una vela de vainilla. Mi mamá lloró porque dijo que ‘se sentía cerca’. No es magia, es amor con olor a cera derretida.
Y sí, lo puse en TikTok y se volvió viral. #DiaDeMuertosChileno 🕯️🐾
Me gustaría saber cómo se adaptan estas prácticas en comunidades indígenas fuera de México. Por ejemplo, en Chile, los mapuches tienen el ngillatun, donde también se honra a los ancestros. ¿Hay interacciones entre estas tradiciones? ¿O se mantienen separadas por miedo al sincretismo forzado? Me pregunto si la globalización del Día de Muertos está borrando otras formas igualmente profundas de recordar.
Porque si todo se vuelve ‘Día de Muertos’, ¿qué pasa con lo demás?
La gente que dice que esto es ‘hermoso’ no entiende que está normalizando una cultura que no les pertenece. Si quieres honrar a tus muertos, hazlo con tu propia tradición. No necesitas importar una de otro país para sentirte ‘auténtico’. Esto es cultural appropriation con flores y pan.
Y no, no me llames racista. Me llamo realista.
¿Alguien ha visto cómo los estudiantes de arte en Santiago están usando el Día de Muertos como base para proyectos de instalación? Yo fui a una exposición en Bellas Artes donde hicieron altares con objetos personales de migrantes desaparecidos. Fue impactante. No había fotos, solo zapatos, cartas y llaves. Pero el silencio allí... se sentía como una voz.
yo hice un altar con mi tio que se fue el año pasado y puse su cerveza favorita y una foto donde estaba jugando fútbol con mis hijos. mi vieja dijo que lo sentía cerca. no se si es cierto pero me hace bien. gracias por el post, me hizo acordar de lo importante que es no olvidar.
pd: no se como se escribe cempasúchil pero esas flores son de locos
¡Pero qué tontería! ¿En serio creen que esto es ‘espiritual’? Es pura psicología del duelo disfrazada de tradición. La muerte no es un evento festivo, es una falla biológica. Todo esto es una distracción colectiva para evitar enfrentar el vacío existencial. ¿Alguien ha leído a Heidegger? La muerte es lo que nos define, no lo que nos une en una fiesta con calaveras.
Claro, ahora hasta los gringos tienen ‘altares’ y se sacan fotos con velas… ¿Y el 2 de noviembre en Chile? Nadie hace nada, excepto los que van al cementerio a limpiar tumbas y se van a tomar un vino. Pero oye, si te gusta el color y la música, ¡qué bueno! Pero no me vengas con ‘trascendencia espiritual’ si lo único que hiciste fue comprar un altar en MercadoLibre.
yo lo que hago es poner una foto de mi viejo en la mesa del comedor con un vaso de agua y un poco de sal. no hay flores, no hay velas, no hay música. solo él y yo. y a veces, cuando no hay nadie, le hablo. no sé si me escucha. pero me hace bien.
no es para redes. es para mí.
Esto me tocó el alma. Mi mamá, que nació en Puebla, siempre decía que los muertos no se van, solo cambian de habitación. Yo tenía 8 años y no entendía. Hoy, a los 42, entiendo que cada vez que cocino su mole, lo invito a la mesa.
Gracias por recordarnos que el amor no se apaga con la muerte. Solo se vuelve más silencioso.
Y sí, mi altar tiene un chile ancho, su pipa y un disco de Violeta Parra.
El Día de Muertos es una farsa cultural. Los que lo hacen por Instagram no saben lo que es el duelo. Los que lo usan como ‘exotismo’ son turistas espirituales. Y los que lo copian sin entender su raíz son ignorantes con flores. La muerte no es un tema decorativo. Es la única verdad que no se vende en Etsy.
Yo no lo hago por Instagram, lo hago porque mi abuela me enseñó que los muertos no se van… se vuelven parte del aire que respiras.
Y sí, también pongo una cerveza. Pero no porque sea tendencia. Porque él la tomaba todos los viernes.
Y no, no lo comparto. Lo vivo.