Un debut con costos para la base de Kast
Un silencio incómodo en plena transmisión y un intercambio que no cuajó marcaron el primer debate televisado del ciclo presidencial para José Antonio Kast. El politólogo Mario Herrera, director del Departamento de Ciencia Política y Administración Pública de la Universidad de Talca, fue tajante: el candidato “sale dañado con su base” porque no se mostró como una “garantía de gobernabilidad”. La frase golpea en un punto sensible para cualquier aspirante: no basta con dominar el diagnóstico; hay que convencer de que se puede gobernar el día uno.
En el programa “Al Pan Pan con Mirna Schindler”, Herrera desgranó tres alertas. Primero, las dudas que dejó el programa económico del abanderado republicano. Segundo, lo que definió como “exceso de diagnóstico y conflicto”. Y tercero, la falta de propuestas concretas con capacidad de ejecución. Esa mezcla, según su lectura, en el pasado sedujo a nichos específicos, pero hoy podría convertir adhesiones firmes en apoyos tibios.
La secuencia que más subrayó fue el cruce con la ministra Jeannette Jara por los llamados “bots”. “El candidato no logra dar una respuesta. Es muy raro ver a un Kast que no puede responder a una pregunta”, dijo Herrera, remarcando que la jugada terminó favoreciendo a Jara: “el clip finalmente no le resultó a Kast”. En debates televisados, esos segundos se vuelven munición en redes y quedan fijados en la memoria del espectador indeciso.
Herrera también apuntó a los intentos de Kast por tensionar con Evelyn Matthei. El resultado, a su juicio, fue parecido: esbozos de confrontación que no cristalizaron en un contraste útil para el público. Si la táctica buscaba desordenar a la rival o marcar perfil propio, el analista sostiene que el tiro salió desviado. Al final, lo que quedó fue la imagen de un candidato más cómodo en la crítica que en la ruta de soluciones.
¿Por qué la “gobernabilidad” pesa tanto? En el contexto chileno, el término no es una palabra de moda: alude a capacidad de sellar acuerdos en el Congreso, armar equipos solventes y sostener orden en el día a día. Kast ya vivió el dilema en 2021, cuando pasó a segunda vuelta y buscó matizar su discurso para ampliar su techo. Ese recuerdo sigue fresco en parte del electorado, que ahora observa si el liderazgo puede combinar convicción con pragmatismo.
El tema económico fue otra piedra en el zapato. En un escenario de crecimiento moderado, inflación más contenida pero con bolsillos aún resentidos, el votante espera certezas. Cuando el candidato insiste en el diagnóstico de los problemas sin mostrar cifras, plazos, responsables y prioridades, se abre un vacío. Y ese vacío, en campaña, lo llena el adversario o la duda. Herrera lo resume así: hay evaluación dura de la realidad y mucha disputa, pero faltan “llaves” para abrir puertas concretas.
El episodio de los “bots” agregó un ángulo de credibilidad. El público tolera la réplica política; lo que penaliza es la evasiva. En un debate, la pregunta que queda sin respuesta no desaparece: se amplifica en titulares, memes y cortes de 30 segundos. Herrera cree que ese segundo y medio en que el candidato “no logra responder” opera como símbolo de algo mayor: ¿hay preparación para los flancos previsibles? Si no, el mensaje implícito es fragilidad.
Lo ocurrido con Matthei va en esa línea. En un sector que compite por el mismo electorado, el contraste suele ser fino: tono, solvencia técnica, equipo y plan de ruta. Si el intento es forzar el choque, la vara sube: el golpe debe ser limpio y dejar una idea fuerza. De lo contrario, la escena se vuelve ruido. Según Herrera, hubo ruido, pero no hubo idea fuerza.
Detrás de todo asoma la pregunta clave: ¿qué espera hoy el votante de derecha y de centro-derecha? Parte de la base de Kast quiere firmeza, pero también claridad operativa: qué, cómo, con quién y cuándo. Otra parte, que coquetea con el centro, busca señales de estabilidad y de puentes institucionales. El foco en conflicto sin un plan de implementación visible puede espantar a los segundos y enfriar a los primeros.
El formato del debate tampoco ayuda si no hay disciplina de mensajes. Con tiempos acotados y cruces directos, cada bloque exige una microhistoria completa: problema, solución, coste y beneficio. Cuando falta uno de esos elementos, el argumento se desarma. Ahí es donde la preparación quirúrgica y los “puentes” entre respuestas marcan la diferencia.
¿Qué viene ahora? El calendario de campaña todavía abre espacio para correcciones. Lo que se evalúa después de un primer debate no es solo la foto, sino la capacidad de reacción. Ordenar el programa económico con medidas numeradas y responsables claros, anticipar respuestas a flancos recurrentes (pensiones, seguridad, salud), y mostrar equipos con experiencia de Estado son señales que suelen tranquilizar a un electorado que pide certezas.
Hay, además, una reflexión táctica. El clip que funciona no es necesariamente el más duro, sino el más claro. Si el objetivo es mostrar “gobernabilidad”, los nombres propios y los compromisos verificables pesan más que los adjetivos. En esa lógica, el contraste con rivales debe construirse desde resultados esperables y no solo desde la crítica.
Herrera enmarca su análisis en una advertencia a los comandos: los sectores que alguna vez se entusiasmaron con el relato de orden y cambio rápido ahora piden manual de instrucciones. La discusión sobre bots o cruces personales puede encender la conversación, pero no reemplaza la arquitectura de un gobierno posible. La noche del debate, dice, dejó la sensación de que el candidato está más cómodo en el “qué está mal” que en el “cómo se arregla”.
Queda por ver si el impacto se traduce en movimientos en encuestas o en cambios de tono en eventos próximos. Las campañas modernas viven y mueren en clips de 20 segundos, pero se sostienen sobre planes que resisten 20 meses. Si Kast acelera en propuestas verificables y reduce la cuota de conflicto sin salida, puede recuperar terreno. Si no, ese “daño en la base” del que habla Herrera puede hacerse costumbre.
La lectura para el bloque y el votante indeciso
Para el bloque de la derecha, el debate dejó una señal: el liderazgo no se mide solo en intensidad, sino en capacidad de ordenar. La competencia interna se resolverá no por quién golpea más fuerte, sino por quién convence al votante que cambia de canal si no entiende la ruta. En el centro del tablero, los indecisos esperan dos cosas simples: previsibilidad y resultados medibles.
Si el primer examen mostró fisuras, el segundo medirá aprendizaje. En ese terreno, lo que Herrera define como “garantía de gobernabilidad” es un estándar exigente, pero alcanzable. Requiere traducir el relato en plan, el plan en calendario y el calendario en nombres. Ahí se juegan los próximos clips que sí pueden funcionar.
